En estas fechas en las que todos hacemos balance del año que se va y nos proponemos retos para el que entra, quería dedicar una entrada a este tema. Soy poco dada a hacer entradas personales, ya sabéis, primero porque escapan a lo puramente profesional en torno al español, finalidad del blog, y segundo porque las experiencias personales hasta cierto punto es mejor vivirlas que escribirlas. Pero hoy me apetecía.
Docente por vocación, he de reconocer que 2013 ha sido el año ELE para mí por muchos motivos. Siempre había enfocado mi profesión a las aulas de secundaria, a alumnos nativos que estudian y aprenden la lengua española y su literatura, además de trabajar correcciones de estilo y otros aspectos literarios. Quizá por exigencias laborales, quizá por la situación del país, quizá por circunstancias de la vida o quizá por otros motivos, lo cierto es que, muchísimas clases impartidas después (de lo más variopintas en cuanto a alumnos y contenidos), decidí embarcarme en la aventura de un máster en enseñanza del español (colección de másteres, títulos y estudios como si fueran cromos) allá por 2012.
Y volvieron las clases: virtuales, particulares, grupos reducidos y otros más numerosos, por cuenta propia, en academias o, lo último, en una universidad europea. Clases en las que aprendes casi más de lo que das, en las que te vas formando como profesora de español, cada vez menos amateur. Clases que engloban mucho más que la propia hora de docencia: conocer gente, formas de trabajo, lugares, culturas, hábitos… Y que permiten mejorar como profesional y como persona.
Parece que todo haya sido maravilloso y extraordinario, pero eso no sería la vida real. Muchas horas de teoría y clases recibidas, muchos trabajos entregados (algunos más útiles que otros), muchas reuniones y papeleos con tutores y coordinadores, muchas horas buscando materiales, bibliografía y contenidos. Y cambios personales a partir, sobre todo, de medio año, pasando de recibir clases a impartirlas, cambiando de país y todo lo que ello conlleva: adaptación, gente nueva, experiencias propias y ajenas, buenas y no tan buenas. Luchas contra el reloj para entregar un trabajo determinante, con tantísimas horas dedicadas que perdí la cuenta. Agobios por el trabajo, por las clases, por los alumnos, por el idioma, por el departamento, por echar de menos. Y echar de menos: a la familia, a la gente, a la “comodidad” de estar en casa.
Y como hoy día no están las cosas para quedarse quieto/a (ni yo nunca he sido de parar, lo reconozco), hay que seguir buscando y moviéndose, buscando un futuro laboral y personal que, esperemos, mejore en 2014. Que esas ganas de trabajar y, a la vez, seguir aprendiendo se transformen en una cierta estabilidad y felicidad, en España o en Irlanda. O en cualquier otro sitio que compense y merezca la pena personal y profesionalmente.
Y trasladando estos pensamientos y deseos personales a todos los que me estéis leyendo, os deseo lo mejor para este año que entra: que mejoren las condiciones laborales, que la gente que se siga yendo sea por elección y no por obligación y que, sobre todo, lo que hagamos venga acompañado (o precedido) por mucho amor y mucha salud para todos, fundamentales ambos para todo lo demás.
Abrazos y saludos,
Elvira